Friday, October 13, 2006

¿MOJASTEIS-VOS POR ALLÁ ABAJO?

Era una tarde de mediados de septiembre del 86. Estábamos realizando nuestra habitual ruta alcohólica, visitando todos los bares de aquella ciudad del norte de la península. Entramos en otro más. Habíamos perdido la cuenta de en cuántos habíamos recalado ya. A esas alturas todos nos parecían iguales. Recuerdo que en aquel, la inconfundible voz de Santiago Auserón entonaba, “Han caído los dos como estatuas fulminadas... al suelo...y ahora están atrapados los dos...en la misma prisión, vigilados por el ojo incansable del deseo... voraz”.
Nuestras bocas se habían encontrado tras mucho buscarse, nuestras manos intentaban explorar territorios prohibidos, geografías todavía desconocidas de nuestros cuerpos...y en ese instante perdimos el equilibrio, y enlazados en un abrazo un tanto ridículo, rodamos por el suelo, cuatro piernas y cuatro brazos enzarzados en una dulce lucha de delicias sin fin, y allí, ignorando al público que nos debía contemplar un tanto asombrado, o no- era una de esas épocas en que nadie se metía en las vidas ajenas- continuamos nuestro apasionado ósculo, nuestras salivas intercambiándose promiscuas, nuestras lenguas entrelazándose ávidas, empapándonos del tan querido sabor de la otra boca, sabor delicioso recién descubierto, agradable sabor ferruginoso de la sangre de una boca ajena; y es que nuestra pasión era en verdad devoradora, caníbal.
Medio mareados observamos que estábamos encima de un charco de sidra, mis pantalones en un estado lamentable, las medias de ella echadas a perder, y, con dificultad, enrojecidos por la vergüenza, y el placentero ejercicio que acabábamos de realizar, supongo, conseguimos emerger a la superficie por fin.
Allí, un individuo un tanto socarrón, de los que abundan tanto por esta tierra, barriga prominente, lengua afilada, nos lanzó una mirada irónica y nos espetó, mientras mascaba un palillo, y esbozaba un sonrisa un tanto inquietante:”¿Qué, m
Era una tarde de mediados de septiembre del 86. Estábamos realizando nuestra habitual ruta alcohólica, visitando todos los bares de aquella ciudad del norte de la península. Entramos en otro más. Habíamos perdido la cuenta de en cuántos habíamos recalado ya. A esas alturas todos nos parecían iguales. Recuerdo que en aquel, la inconfundible voz de Santiago Auserón entonaba, “Han caído los dos como estatuas fulminadas... al suelo...y ahora están atrapados los dos...en la misma prisión, vigilados por el ojo incansable del deseo... voraz”.
Nuestras bocas se habían encontrado tras mucho buscarse, nuestras manos intentaban explorar territorios prohibidos, geografías todavía desconocidas de nuestros cuerpos...y en ese instante perdimos el equilibrio, y enlazados en un abrazo un tanto ridículo, rodamos por el suelo, cuatro piernas y cuatro brazos enzarzados en una dulce lucha de delicias sin fin, y allí, ignorando al público que nos debía contemplar un tanto asombrado, o no- era una de esas épocas en que nadie se metía en las vidas ajenas- continuamos nuestro apasionado ósculo, nuestras salivas intercambiándose promiscuas, nuestras lenguas entrelazándose ávidas, empapándonos del tan querido sabor de la otra boca, sabor delicioso recién descubierto, agradable sabor ferruginoso de la sangre de una boca ajena; y es que nuestra pasión era en verdad devoradora, caníbal.
Medio mareados observamos que estábamos encima de un charco de sidra, mis pantalones en un estado lamentable, las medias de ella echadas a perder, y, con dificultad, enrojecidos por la vergüenza, y el placentero ejercicio que acabábamos de realizar, supongo, conseguimos emerger a la superficie por fin.
Allí, un individuo un tanto socarrón, de los que abundan tanto por esta tierra, barriga prominente, lengua afilada, nos lanzó una mirada irónica y nos espetó, mientras mascaba un palillo, y esbozaba un sonrisa un tanto inquietante:”¿Qué, mocinos, pescasteis algo por allá abajo, o sólo esa mojadura que lleváis?”.
ocinos, pescasteis algo por allá abajo, o sólo esa mojadura que lleváis?”.

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