Thursday, December 14, 2006

HOJAS


“Tu dile a Sarabia que digo yo que la nombre, y que la comisione aquí o en donde quiera, que después le explico”


Hojas que se suceden ante ojos ya cansados. Párpados que pugnan por no cerrarse. Montañas de legajos amenazadores, ceñudos. Rutina sofocante. Polvo oficinesco. Montones de papeles inútiles. Sensación de que la vida se escapa, mientras uno pierde el tiempo en quehaceres absurdos. Ahogo. Ganas de escapar, pero falta el valor. Miedo a reprimendas incomprensibles de superiores insoportables. A la vez, cobardía rastrera en su presencia siempre fugaz, siempre hipócritamente alabada, “Como no, encantado, siempre a sus órdenes, señor, me pone a los pies de su señora”. Ganas de vomitar repentinas tras repetir otra vez esta frase u otra tan obsequiosa como ella. Verdadero asco de uno mismo al recordarlo. Odio intenso y repentino hacia ese cliente que, amablemente puntilloso, te recuerda algún error que creías no haber cometido, pero que, al evidenciártelo él, te abochorna haciendo surgir un repentino calor en tu cara. Deseos de desaparecer, de no haber nacido. Alegría inmensurable al recibir una mirada de aprobación del odiado jefe, una simple sonrisa, una hipócrita palmada en la espalda, un falso gesto de ánimo y falsa confraternización, que te hace sentirte el rey de la oficina “Al jefe le gusta lo que hago, después de todo. No, si siempre pensé yo que tenía un buen fondo, que ese despotismo sólo era fachada, y además a mí se nota que me aprecia”. Se evaporan, pues, incluso los intensos deseos de que suene el dichoso timbre que anuncia el fin de la jornada, porque ahora el jefe, que ayer era ese cretino imbécil que se cree el más listo, pero menuda mierda que es, resulta que es tu amigo del alma.
Cuando finalmente suena el timbre, deseos irreprimibles de que pase la tarde, y la noche, y llegue otra vez la mañana, y estar de nuevo sentado en tu mesa, detrás del muro de papeles, legajos polvorientos, oliendo la rancia mugre del papel amontonado, porque quizás el jefe, el bienamado ya, te lanzará una sonrisa furtiva, o quizás, ¿por qué no?, otra palmada de aprobación, y tu te derretirás, como una damisela ante el objeto de su amor.

Sunday, December 10, 2006

VÉRTIGO


Me impulso agarrándola con las manos, y sobrepaso limpiamente la barandilla. Para mi sorpresa no encuentro ninguna resistencia después. Nada me detiene. Caigo con absoluta limpieza, cada vez más rápido, más rápido. Veo como la Uralita de los techos de las naves del patio se acerca cada vez a más velocidad. El impacto parece inminente. Había dado un paso adelante, y sentía ese cosquilleo en el estómago que anunciaba siempre los grandes momentos, los momentos definitivos. Me aterra, y a la vez me atrae de forma extraña. De todas maneras, ya no hay marcha atrás. No hay nada a lo que me pueda agarrar ya. Compruebo, ya es tarde para arrepentirme, que nada podrá detenerme, que el impacto es seguro, que no voy a flotar como alguna vez había absurdamente imaginado. Caigo rápido: al menos este horror durará ya poco. Estúpidamente me preocupan sobre todo los daños seguros que le voy a causar al ferretero del bajo, que es tan buena persona. ¿Cómo mirarle a la cara después de haber atravesado el techo de su negocio, causándole tan cuantiosos daños?

De pronto, un terremoto: alguien me sacude por los hombros, y me salva. Despierto medio atontado, la boca seca y estropajosa. Por unos momentos, brevísimos, mi mente intenta retener lo último soñado, la recurrente pesadilla de la caída, pero es ya tan difusa, que se pierde en la nada, en el aterrador vacío; para siempre perdida ya. Percibo como voy tomando tierra blandamente, con dulzura incluso. Me reconforta esta sensación tras haber pasado por el vértigo atropellado de la caída. Es suave como los brazos de ella, como sus pechos, cántaros de miel que vuelven a prometer mil dulzuras siempre lejanas, pero por el momento, inminentes, próximas, seguras. Aliviado del terror recién superado hundo mi rostro entre esos pechos nutricios (el pánico recién transitado parece darme permiso, y yo lo aprovecho, faltaría más). Mi suerte parece haber cambiado en un instante: De la muerte segura, al cielo recién conquistado, que me niego a abandonar.

Y ya nuestras lenguas se enlazan y se desenlazan, se persiguen y, cuando están apunto de encontrarse, se separan otra vez, para inmediatamente volverse a encontrar. Es una estudiada danza de íntimas caricias que siempre se repite, hasta alcanzar el máximo placer, la total felicidad.

Este cielo de besos, de pieles próximas, de suavidades femeninas que imagino, y ya no sé si podré hacer realidad, es el que me salva diariamente de precipitarme en los abismos de la nada incógnita e infinita, el que certifica mi resurrección de cada mañana.

Tuesday, December 05, 2006

EN LA PLAYA (TORMENTA DE VERANO)

Calidoscopio psicodélico de colores sobre la piel humana en reposo, achicharrándose al sol de agosto; sudor; pieles antes blanquecinas y macilentas, tostándose poco a poco; manos juguetonas introduciéndose bajo telas de escuetas vestimentas ajenas; arena que, inoportuna, hace lo mismo: meterse donde no debe, y además, no es bien recibida. Miradas de deseo; miradas babeantes al botón sonrosado que pugna por escaparse de la tela mínima que pretende ocultarlo, sin conseguirlo del todo; en reciprocidad, al creciente bulto masculino situado en la entrepierna, que casi insinúa una situación indiscreta, irreprimible y asaz inoportuna. Hermoso horizonte verde azulado, donde transitan ociosos veleros, y a donde se dirige la imaginación buscando la deseada libertad, el casi imposible sosiego; olor penetrante a la crema solar de la infancia, que se asocia rápida e inevitablemente con el verano; lenguas voraces que investigan en recovecos quizás inalcanzables; una gota de sudor que se desliza perezosa hasta alojarse por fin en un ombligo acogedor; olor delicioso a tortilla de patatas; mirada voraz (el hambre ha hecho ya su aparición) al bocadillo de jamón que alguien extrae de una tartera; bienestar que provoca la suave brisa marina; aroma de mar que penetra cosquilleando en la nariz, refrescante e incitador, y a la vez una pizca desagradable, pues se mezcla con el hedor dulzón de las algas muertas; súbito impulso al concluir un abrazo con la mujer amada, de levantarse y hacer cabriolas, entrechocando los talones desnudos y todavía rebozados en arena; mirada furtiva a otra pareja que también se desenlaza tras su abrazo, para ir deslizándose hacia el reino del sopor; mirada de complicidad (no está incluido ningún guiño, tampoco hay que exagerar), hacia esa pareja tan diferente, y tan parecida; mano que palpa la arena ardiente; dedos que se cierran tratando, es inútil, de agarrar un puñado compuesto por millones de minúsculos granos que invariablemente se escurren inasibles; ojos que se van cerrando, imposible mantenerlos abiertos; labios que se depositan sobre los párpados de ella, apenas rozarlos, justo antes de perderse en el mundo de los sueños; sed, justo cuando se oye al repartidor ambulante de helados que se aproxima voceando su mercancía, sorteando los cuerpos tendidos en la arena como si fuesen las víctimas de una cruel batalla, sed repentina que ya se mitiga, paladeando el agradable frío de un trozo de hielo con sabor a limón, o algo parecido, que refresca los labios abrasados. //Y, de pronto, una gota cae en el pie, y no, no es del helado que rezuma; el calor desaparece, el horizonte torna su color verde azulado a negrísimo, la brisa agradable se transforma en vendaval amenazador, y la ociosa y aletargada multitud se espabila de repente. Cada cual recoge sus toallas, tumbonas, balones enormes, cremas solares, rastrillos de juguete para la arena, cubos con la misma función, telefonillos portátiles, gafas de sol ya inútiles..., y maldiciendo, cubriéndose con las toallas, que han cambiado de súbito su uso, emprende una atropellada carrera hacia los soportales salvadores de la ciudad, pisándose unos a otros, molestándose, en caótica desbandada, tristes y humillados cual ejército al que un enemigo que sabe más poderoso acaba de inflingir una cruel e inapelable derrota.

Tuesday, November 28, 2006

LA FOTO EN MI HABITACIÓN

Cuando emerjo por las mañanas de la confusa nebulosa de mis sueños (ora masas gelatinosas que me aprisionan y ahogan, ora plácidos paisajes que sobrevuelo con facilidad gracias a mi sorprendente habilidad para gravitar sin esfuerzo, cual joven y valiente astronauta), lo primero que veo a mi izquierda, bajo la estantería abarrotada de libros y revistas, es una foto de hace mucho, que sólo por superstición conservo. En la estampa aparecemos ella y yo, elegantes y guapos, por que no decirlo, y en apariencia felices y despreocupados, ya que estamos en la boda de una de sus mejores amigas. En la foto yo sujeto una copa y mientras ella ilumina con su confiada sonrisa y brillantes ojos negros toda la estancia, yo, ladino procuro vislumbrar, de reojo, el vehemente empuje de sus pechos contra la tela blanca de la blusa.
La creencia ilógica que me domina consiste en pensar que si alguna vez retirase esa imagen del sitio que lleva ocupando tantos años, el vínculo ya inexistente, para qué nos vamos a engañar, que nos unía, se rompería de forma irremediable y definitiva. Y es absurdo, porque, en verdad, más roto ya no puede estar. Después de años sin siquiera mantener una conversación, pensar otra cosa sólo indicaría que soy mucho más cretino de lo que siempre había barruntado (lo que mi cara de idiota babeante de la foto certifica, por otra parte).
Mi habitación es un paralelepípedo de color amarillo, con un feo, pero útil reloj, confeccionado artesanalmente por la hija de la vecina, situado en frente de mí, al lado de la puerta.
Como Juan Carlos Onetti soy muy vago, y hago gran parte de mi vida en la cama. En la cama leo, duermo, imagino, disfruto y me desespero.
Y la añoro a ella, y más añoro mi vida de antes para siempre perdida, de forma tan absurda como inexplicable.
Tengo un pequeño receptor de televisión en esta alcoba. Todavía ayer me dormí con los melodramáticos avatares de Jane Wyman y Rock Hudson en alguna película del gran Douglas Sirk, en la que ambos sufren muchísimo, pero al final, como por arte de magia, ellos, el jardinero y la dama, superan los múltiples impedimentos, que en forma, en su caso, de hijos caprichosos, egoístas y despiadados, se oponían a su felicidad, y de manera casi inexplicable pueden ver triunfar su amor.
Cuanto he soñado un final así para nosotros
Pero ese final hace mucho tiempo que no es más que una quimera imposible.
Y temo, seriamente, que con el implacable paso de los años, como la copa de dorado champagne que sujeto en la foto, ya bebido y orinado hace tanto tiempo, acabe hasta por olvidar el rostro de la que tanto significó para mí, de la que tanto amé.

Thursday, November 23, 2006

A DOS METROS DE DISTANCIA

Años después, sentado en mi silla de ruedas, con mi padre y mi madre, y los hijos de mi prima (que como soy hijo único, son para mi, los sobrinos que nunca podré tener).


Cuando abrió los ojos pudo constatar dos hechos que emergían entre las brumas de su cerebro aturdido: primero, que había conseguido escapar de las tinieblas que lo retuvieron durante tres meses, (bueno, de eso se cercioraría en realidad bastante después), y segundo, que no estaba solo. De algún modo sabía que ella no podía haberlo abandonado. En efecto, con enorme trabajo consiguió girar su cabeza hacia la izquierda, y allí se le apareció, a unos dos metros de distancia, en una cama de lo que parecía la habitación de un hospital.
Lo último que difusamente recordaba era su desazón cuando llegó a casa, y la encontró echada en la cama, la ropa desordenada, la bata abierta, descuidada, dejando escapar sus pechos ubérrimos y nacarados; Luego su intento desesperado de pedir ayuda por teléfono, no sabía a quién, a un médico, a una ambulancia, a quién fuera, y su propio lento desvanecimiento, las malditas tinieblas que sin dolor se iban apoderando de él, sumiéndolo en un sueño que pudo ser letal
En el hospital, porque era un hospital, de eso empezaba a estar seguro, intentó llamarla, decir algo, pero no pudo: por alguna razón el aire se le escapaba misteriosamente sin transformarse en sonido ninguno. Era un horrible despertar, tenía que ser una pesadilla, tanto horror no podía ser cierto..., pero lo era. De alguna manera supo que aquello era la realidad, su realidad a partir de aquel fatídico instante. Se percató que no podía moverse, apenas girar la cabeza a los lados. Sin embargo su consciencia no parecía muy afectada por el desastre, cualquiera que hubiese sido este. Deseó que el personal del hospital los hubiese colocado más cerca. Constató cuánto la necesitaba. La distancia de apenas dos metros que los separaba se le antojaba insoportable. Deseaba el contacto de su piel voluptuosa, de su brazo, de su muslo, de su pierna, del calor y frío de un cuerpo ajeno, y a la vez conocido, aunque sólo fuese para yacer tendido quieto pegado a ella, sin hacer nada más
Pronto comenzó el desfile de visitas: llegó su padre, lo reconoció al instante. Lo contempló con ternura mientras observaba como lágrimas indisciplinadas surcaban en silencio las arrugas de su rostro venerable. Cuánto había envejecido en el poco tiempo que llevaba sin verlo. Se sintió culpable. Luego llegó su madre. Tampoco le costó reconocerla, tan pequeñita y cariñosa como siempre, disimulando las lágrimas, que ella rara vez dejaba escapar.
Y se fueron sucediendo más visitas: amigos, familiares, conocidos…, pero él deseaba que se marchasen pronto, que le dejasen contemplar su cielo en exclusiva, que les dejasen solos de una vez para poder amarse en silencio, a dos metros de distancia, que a veces parecían miles de kilómetros, y a veces sólo unos milímetros.

LA "CLEMENCIA" DE LA LLUVIA

Oigo al aguacero repicar en el patio como un tambor a rebato. Me acurruco entre las frías sábanas abrazando al fantasma de su cuerpo que tirita, no se si de miedo o de frío, pero es cálido y suave, y huele bien, a perfume de mujer. Quimérico como es uno, imagino que mis brazos la envuelven en un abrazo protector. Por la brevísima rendija que deja la persiana, el pespunte de un relámpago quiere iluminar la habitación, precedido por el bronco retumbar del trueno, y yo me siento bien, arropado y seguro. Me gustan estas noches de frío y lluvia, noches de tormenta en que me creo resguardado en el refugio de mi cama, en las que me dejo llevar en reconfortantes ensoñaciones, sueños que se imposibles de trasladar al mundo real, pero que, ingenuos al fin y al cabo, me sirven para cobijarme de la sórdida realidad de mi vida. Vano intento.
Porque el tiempo, implacable, sigue arrasándolo todo, como un tren desbocado, sin frenos, que ha iniciado una loca carrera hacia ninguna parte, y ya no me permite, soy miedoso, saltar y bajarme en marcha.

Sunday, November 19, 2006

ESTA MUJER


Esta mujer me desespera, nada, que ni respira, parece milagroso, ¡Qué catarata de palabras sin sentido!, y no poder escapar, eso es lo peor. Si por lo menos pudiese levantarme, y largarme, “Adiós, ahí te quedas, pesada”. Pero yo sólo pido que descanse, que se calle un poquito, que me va a volver loco con su cháchara inconexa : que si mira que putones las hijas de la Rosa, siempre con esas minifaldas enseñando hasta las bragas, que si por lo menos fuesen unas jovencitas, pero es que ya no tienen edad para tanta exhibición, que ya están muy jamonas, que a mi no me gusta criticar, pero que no, que no me gusta que me enseñen tanta pierna, y pierna gorda, que como digo yo, llegando a una edad no se puede ir por ahí enseñando esos muslotes de elefanta, y luego querer que no te critiquen, que luego pasa lo que pasa, que Rosa es muy buena persona aunque muy inocente la pobre, pero tiene unas hijas a cada cual más pu.., que mira, que tres de las cinco le acabaron llegando con un bombo de regalo, que se puede ser muy moderno, pero luego el paquete siempre es para la abuela, que ellas no se enmiendan, que les hacen un bombo, y como tienen a los padres que son tontos, ¡ala!, a seguir puteando por ahí, que como digo yo, la culpa no es de ellas, es de la madre, que a las hijas hay que atarlas corto, como yo a la mía, que nunca se me desmandó ni dio que hablar por ahí, que luego pasa lo que pasa, que das pie, y los hombres que van a hacer, ¿cortársela?, que no puede ser, aunque me diga siempre mi hombre, que es un pobre inocente, anda, a ti que te importa, al fin y al cabo, cada uno en su casa y dios en la de todos, pero es que la Rosa es muy buena amiga mía, y como no me va a importar lo que hagan sus hijas, si casi se criaron en casa con la mía, que a la mía gracias a dios, no se le pegó nada de su forma de ser: ese estar siempre detrás de los hombres, que no se que les ven, porque, como digo yo, al final todos los hombres son iguales, que mucho prometer pero luego ninguno lleva nada que valga pa ná, que también yo con el mío, vaya chasco que me llevé, que una está esperando maravillas, y luego una vez por semana, los sábados, y rapidillo, que a mi eso al fin y al cabo tanto me daba, porque una siempre tuvo cosas más importantes en las que pensar, que como digo yo, pan para hoy y hambre para mañana, pero lo de esas chicas no puede ser, y lo digo yo, que al fin y al cabo son casi como mis hijas, pero que no, que no puede ser esa forma de vivir, si es que a ese constante sobarse con el primero que pasa por delante se le puede llamar vivir, que a mí no me gusta meterme en la vida de nadie, pero es que esto ya no puede ser, ¿no es verdad?, oye, no te duermas, que si ni tu me vas a hacer caso no se para que me esfuerzo yo en teneros al tanto de lo que pasa. //Y yo que por fin desconecto con lo que me rodea, y mi mente ya se deja deslizar con suavidad a regiones lejanas, al lugar cálido y remoto donde habitan hermosas y suaves princesas que me permiten refugiarme entre sus brazos rollizos y acogedores, aspirando el perfume delicioso de esas huríes en una agradable ensoñación, mientras en segundo plano sigo escuchando el bajo continuo de un parloteo demencial, y por fin consigo murmurar mitad dormido, mitad despierto: “Haz el favor de callarte, por favor”.

Sunday, November 12, 2006

DESPECHADO



¡Pero mira que cara de gilipollas pone!; no, si inteligente debe ser un rato, pero demostrarlo, lo demuestra poco; y como me aprieta el tío... ¡Tranquilo, hombre, que no me escapo...! No, si este tío ya me está cargando. Y total, todo este esfuerzo para luego, delante de los demás, traicionarme con la caja esa con teclas; que todavía hace años, cuando me dejaba por la señorita aquella tan fina, y con tantas curvas, y de nombre tan raro, si, la esti.., estilográfica, creo que era, pues bueno, había que fastidiarse, que uno comprende que es humilde, delgaducho, y de cristal falso, pero ahora, con esa horrible caja con teclas, que no se que le ve, que encima incorpora una pantalla de colorines que la hace el colmo de lo hortera, ¡vamos hombre, que falta de gusto, que horror, que vulgaridad!. Y además que nunca me trató muy bien que se diga, porque una cosa es ser bastante poco curioso, que nunca lo fue, y otra lo de ahora, que ya es el acabóse, si hasta parece que se haya dado a la bebida de lo que le tiembla el pulso, qué hasta vergüenza me da: unos rayonazos sin sentido, y ese sacar la lengua babeándose como un subnormal, él, que se cree tan inteligente, ¡qué apuro!, ¡que falta de decoro, y dedede...ttodo, hombre, que si lo pienso bien se me empieza a revolver la úlcera, y esto va a acabar mal. Y además, ni que escribiera algo que valiese la pena, no se, una novela fina, sentimental, de las que a mi me gustan, o con conciencia social, con épicos obreros maltratados por el capitalismo y la reacción, o de héroes, o de sabios filósofos que imparten un mensaje filantrópico, constructivo y para el bien común, como debe ser; pero no, el siempre con lo mismo, con sus lenguas, con sus labios, con sus salivas promiscuas, ¡rijoso!, que eso es lo que es, siempre pensando en lo mismo, que cualquier día me harto, y a ver con que toma notas, porque la dichosa caja con teclas parece muy poco manejable, y a ver como se las arregla entonces. Abrase viso

Thursday, November 02, 2006

MELANCOLÍA

Pip, pip, pip, piip. Son las ocho de la mañana, las siete en Canarias. Como cada mañana la voz de Francino se derrama por la habitación desde el transistor que está a mi lado
Y me levanto y me voy al gimnasio como cada mañana
Y Silvia, mi rubia y pizpireta fisioterapeuta de ojos azulísimos, que ya se echa sobre mis piernas para facilitarme la correcta realización de los cien abdominales de rigor, divididos en cuatro series de veinticinco: 1...,2...,3...,4..., 5..., al 18 empiezo a notar que me quedo sin aire, y el temor al fracaso se instala en mi mente, al 20 me animo, total pa cinco que quedan, no vas a poder con ellas, vamos hombre, 24..., y 25, lo conseguí como casi siempre, no se por que me preocupo
Ahora la rubísima Silvia se va a realizar otros quehaceres por el gimnasio, y yo me quedo tumbado en la mesa recuperándome del esfuerzo, escuchando en el hilo musical ominosas cancioncillas de moda, contando mentalmente hasta 300, que ya he calculado equivale al tiempo exacto que me dejará descansar hasta empezar la segunda serie. Y así todas las mañanas, todos los días.
Y desde allí saludo a la los clientes que llegan retrasados: a la simpática viejecita que siempre se preocupa por mi salud; a la voluptuosa joven, como me gusta cuando se quita la sudadera, y deja más libre su gloriosa anatomía, que ¡Oh, fatalidad!, parece ignorar que existo; al rebelde y venerable anciano, aquejado de mil achaques, que hace gala de un escepticismo tan sano, como quebrantada parece su salud; a la señora mayor todavía de buen ver que me guiña un ojo, cómplice; al despistado que se ha olvidado apagar el cigarro, y entra buscando un cenicero inexistente; a la alegre pareja joven que lo hacen todo juntos, y que juntos parecen haber compartido un accidente de tráfico, o algo así
Y ya vuelve Silvia, justo cuando voy por 299, milagrosa precisión la suya, y otra vez a empezar con los dichosos abdominales; se acabaron las ensoñaciones por hoy.
Y ya estoy saliendo del gimnasio, la distancia hasta mi casa es escasa, apenas cruzar la calle; y ya he desarmado la silla, que si no, no cabe en el ascensor; y ya mi padre, abnegado escudero para todo, me insta a levantarme, que si no, no cabemos. Y a comer que grita mi madre, que no se lo que haces en la salita como un pánfilo, mira que horas
Y llega la tarde, y llega la noche, y pasan los días, monótonos, sin que ella se presente de repente, desafiando al mundo, y me diga, venga, vamos a recuperar el tiempo perdido, vamos solos tu y yo, que la vida es corta, y no me importan ni mi familia, ni tu familia, ni lo que digan unos, ni lo que digan otros, vamos solos, que la vida es corta y no la hemos disfrutado nada, vamononos, por dios, que no puedo vivir sin ti
Y ya me toca despertar otra vez, y otra vez volver al gimnasio, y otra vez la pizpireta Silvia, y otra vez los abdominales, y el ascensor, y mi madre, y la comida, y ella que no aparece ni aparecerá, y yo que noto que la vida se me va escapando, inasible, como agua deslizándose entre los dedos.

Monday, October 30, 2006

LA DESERCIÓN DE LAS MUSAS


“Ahí te quedas, incompetente, nos vamos” le dijo Calíope, indignada, al aprendiz de escritor, antes de dar un portazo y desaparecer. Habían escuchado su último y frustrado proyecto de relato: un disparate que las indignó a todas: a Talía aquellos chistes malos la sacaron de quicio; a Erato las reiteradas, obsesivas referencias al amor carnal le parecían groseras, redundantes y simplonas, “parece que sólo piensa en eso” anotó al margen; a Clío, por el contrario, la historia le parecía demasiado banal, intrascendente; a Euterpe poco musical; a Polimnia poco seria; a Melpómene sin sustancia dramática, mal construida; incluso a la rubita Terpsícore, tan alegre y dicharachera por lo común, se le quitaron las ganas de bailar y reírse sin parar como tenía por costumbre. Sólo Urania, que estaba como una cabra, había dicho: “No es para tanto. Ya he visto cosas peores”; pero en conjunto, el juicio de las musas parecía definitivo e inapelable: No valía para escribir, mejor se dedicaba a otra cosa.
No intentó retenerlas. Pese a su desesperación, huían ligeras e inalcanzables; definitivamente le abandonaban. Incluso la misma Calíope, que una bella señora de ya de mediana edad, entrada en carnes, desapareció de su vista a una velocidad sorprendente.
A partir de aquel instante empezaba la larga lucha para poder recuperarlas, porque sabía que se había enamorado de todas y ya no podía vivir sin ellas. Tardaría un tiempo siempre excesivo, pero volverían con él, vaya si volvería, porque si no podría acabar por cumplirse la pesadilla recurrente que tanto le horrorizaba: pasar por este mundo sin dejar huella alguna

Sunday, October 22, 2006

RECUERDOS CON AROMA Y SABOR


Como siempre he detestado lo demasiado caliente, tomaba aquel líquido negro, brillante, humeante, tras pasar por la boca de ella, donde su temperatura ya se habría reducido un poco. No se lo que me gustaba más: si el leve amargor de la estimulante y breve bebida, o el sensual contacto con los labios que me traspasaban aquel fluido ya no tan hirviente, con la lengua que dudaba entre juguetear con mis encías o enredarse por fin con la mía. Su boca era un compendio de sabores fuertes, donde al del líquido revitalizador y delicioso se sumaba el del aroma del tabaco, y el incomparable de su propio aliento, cálido, dulce, y al del acre, ferruginoso de la sangre que se desprendía de nuestras lenguas recién atacadas por furiosas dentelladas, de nuestros labios gastados en aquel brutal intercambio de fluidos, de nuestras salivas promiscuas, del inevitable tintineo de nuestros dientes al entrechocarse anhelantes.
Aquellos besos siguen instalados en el fondo de mi memoria después de tanto tiempo, así como la venenosa reminiscencia de aquel perfume en mi recuerdo, como si se hubiesen producido, los besos, esta misma mañana, y no hace más de 20 años

OBLIGADA RESIGNACION


Leopoldo Alas “Clarín”, genial creador de “La Regenta”, la más perturbadora novela del siglo XIX

Es preferible colgar a un marido muerto, que perder a un amante vivo. Fue el pensamiento que iluminó como un relámpago la mente de Doña Susana. Durante los últimos años el “débito conyugal” se le había hecho cada vez más insoportable. Cuando Don Nicasio dejó la parroquia y se jubiló, se sintió en principio muy contrariada, y más al enterarse que su sustituto apenas contaba 30 años. Y sobretodo cuando lo conoció, un chico de los que se dice guapo, de ojos azulísimos, labios carnales, dientes perfectos, y aquel perturbador rictus entre bondadoso e insolente, que le fue presentado como don Rubén, su nuevo párroco. ¿Cómo iba a confiarle las miserias de su triste vida matrimonial a aquel cura que parecía un hijo del príncipe de las tinieblas? ¿Cómo le iba a relatar que ya no amaba a su marido, que le daba asco cada vez que lo tenía encima, su aliento podrido apestando a alcohol barato, su dentadura postiza aparcada en la mesita de noche, qué hacía mucho tiempo que aquella rutinaria gimnasia no le proporcionaba placer alguno? Tenía 64 años, y sabía que nunca había sido demasiado guapa. Sólo en su ya lejana juventud había estado orgullosa de sus pechos, grandes, firmes, suponía que deseables, aunque con el paso de los años se habían ido desmoronando de forma lamentable; que todavía hacía poco había descubierto que juntando mucho sus rollizas piernas, ahora surcadas de incipientes varices, y haciendo como si aguantase la gana de orinar, podía llegar a descubrir el cielo en la tierra, y lo que es peor, seguro que también pecado mortal irredimible, que deseaba que su marido se muriese; total, aunque no lo pareciese estaba muy enfermo, el hígado destrozado, y el alcohol que no le dejaba ya hacer nada, lo que se dice nada, aunque en realidad a ella nunca le había puesto la mano encima. Sencillamente estaba harta de él, de sus babas de borracho sobre su cara, de su barba descuidada que siempre le restregaba el muy asqueroso hasta casi hacerla casi sangrar. Sí, tenía que librarse de él, y debía hacerlo sola. No podía contar con nadie, aunque es cierto que por su mente cruzó por un fugaz momento, la disparatada idea de confesárselo a Don Rubén, si él la pudiese ayudar a no sabía bien qué, su felicidad podría ser total. La ensoñación desatinada se completaba con la imagen de Don Rubén, que ya no era Don Rubén, era Rubén, su tierno y querido niño, su pequeño Belcebú del alma acariciándola delicadamente frente al cuerpo inerte de su marido, que de alguna manera colgaba balanceándose con una soga alrededor del cuello.

Doña Susana despertó, la frente perlada de sudor, el pecho opulento de matrona agitándose alocadamente, y se dio cuenta que allí no había Rubén alguno, y por primera vez en mucho tiempo, la reconfortó escuchar nítidamente los inconfundibles y estentóreos ronquidos de su marido, que dormía plácidamente al otro extremo del lecho conyugal.

Friday, October 13, 2006

¿MOJASTEIS-VOS POR ALLÁ ABAJO?

Era una tarde de mediados de septiembre del 86. Estábamos realizando nuestra habitual ruta alcohólica, visitando todos los bares de aquella ciudad del norte de la península. Entramos en otro más. Habíamos perdido la cuenta de en cuántos habíamos recalado ya. A esas alturas todos nos parecían iguales. Recuerdo que en aquel, la inconfundible voz de Santiago Auserón entonaba, “Han caído los dos como estatuas fulminadas... al suelo...y ahora están atrapados los dos...en la misma prisión, vigilados por el ojo incansable del deseo... voraz”.
Nuestras bocas se habían encontrado tras mucho buscarse, nuestras manos intentaban explorar territorios prohibidos, geografías todavía desconocidas de nuestros cuerpos...y en ese instante perdimos el equilibrio, y enlazados en un abrazo un tanto ridículo, rodamos por el suelo, cuatro piernas y cuatro brazos enzarzados en una dulce lucha de delicias sin fin, y allí, ignorando al público que nos debía contemplar un tanto asombrado, o no- era una de esas épocas en que nadie se metía en las vidas ajenas- continuamos nuestro apasionado ósculo, nuestras salivas intercambiándose promiscuas, nuestras lenguas entrelazándose ávidas, empapándonos del tan querido sabor de la otra boca, sabor delicioso recién descubierto, agradable sabor ferruginoso de la sangre de una boca ajena; y es que nuestra pasión era en verdad devoradora, caníbal.
Medio mareados observamos que estábamos encima de un charco de sidra, mis pantalones en un estado lamentable, las medias de ella echadas a perder, y, con dificultad, enrojecidos por la vergüenza, y el placentero ejercicio que acabábamos de realizar, supongo, conseguimos emerger a la superficie por fin.
Allí, un individuo un tanto socarrón, de los que abundan tanto por esta tierra, barriga prominente, lengua afilada, nos lanzó una mirada irónica y nos espetó, mientras mascaba un palillo, y esbozaba un sonrisa un tanto inquietante:”¿Qué, m
Era una tarde de mediados de septiembre del 86. Estábamos realizando nuestra habitual ruta alcohólica, visitando todos los bares de aquella ciudad del norte de la península. Entramos en otro más. Habíamos perdido la cuenta de en cuántos habíamos recalado ya. A esas alturas todos nos parecían iguales. Recuerdo que en aquel, la inconfundible voz de Santiago Auserón entonaba, “Han caído los dos como estatuas fulminadas... al suelo...y ahora están atrapados los dos...en la misma prisión, vigilados por el ojo incansable del deseo... voraz”.
Nuestras bocas se habían encontrado tras mucho buscarse, nuestras manos intentaban explorar territorios prohibidos, geografías todavía desconocidas de nuestros cuerpos...y en ese instante perdimos el equilibrio, y enlazados en un abrazo un tanto ridículo, rodamos por el suelo, cuatro piernas y cuatro brazos enzarzados en una dulce lucha de delicias sin fin, y allí, ignorando al público que nos debía contemplar un tanto asombrado, o no- era una de esas épocas en que nadie se metía en las vidas ajenas- continuamos nuestro apasionado ósculo, nuestras salivas intercambiándose promiscuas, nuestras lenguas entrelazándose ávidas, empapándonos del tan querido sabor de la otra boca, sabor delicioso recién descubierto, agradable sabor ferruginoso de la sangre de una boca ajena; y es que nuestra pasión era en verdad devoradora, caníbal.
Medio mareados observamos que estábamos encima de un charco de sidra, mis pantalones en un estado lamentable, las medias de ella echadas a perder, y, con dificultad, enrojecidos por la vergüenza, y el placentero ejercicio que acabábamos de realizar, supongo, conseguimos emerger a la superficie por fin.
Allí, un individuo un tanto socarrón, de los que abundan tanto por esta tierra, barriga prominente, lengua afilada, nos lanzó una mirada irónica y nos espetó, mientras mascaba un palillo, y esbozaba un sonrisa un tanto inquietante:”¿Qué, mocinos, pescasteis algo por allá abajo, o sólo esa mojadura que lleváis?”.
ocinos, pescasteis algo por allá abajo, o sólo esa mojadura que lleváis?”.

Tuesday, October 10, 2006

MICRORELATO

A Marcel Proust, y a Augusto Monterrosso




Cuando en el taller literario al que acudía puntual, dos veces por semana, les sugirieron el peregrino tema de “el tiempo”, Marcelo recordó el particular sabor de una magdalena mojada en una infusión de té y se embarcó en una brevísima, concisa , narración de 3739 páginas en las que recobraría el tiempo que creía perdido

Monday, October 09, 2006

NO ES FUERZA, ES CONCENTRACIÓN

Angelillo era un muchacho de 15 años, fornido en extremo, rubicundo. Para su edad disponía de una fuerza física asombrosa. Me acuerdo que nos retaba a todos a sentarnos sobre la pesada mesa de proyecciones, jamás se había usado, pero como curiosos adolescentes que éramos ya sabíamos contenía un pesado proyector de diapositivas, que tras hacer saltar unos engranajes podía desplegarse a partir de un elegante brazo articulado, y entonces, suponíamos, desarrollaría su todavía oculta función; Pues bien, Angelillo se arremangaba, nos pedía educadamente que nos sentásemos sobre el pesado armatoste, que unía al peso de la madera del mueble, ya de por sí considerable, el del misterioso y nunca utilizado proyector, y tras inspirar hondamente, contar mentalmente un número indeterminado de segundos, dejando pasar un tanto teatralmente el tiempo, resoplaba haciendo mover el flequillo que enmarcaba su rostro confianzudo y bonachón, colocaba sus manos gordezuelas bajo aquella mole, y a la par que emitía un grito tremebundo y desgarrador, Angelillo, las venas del cuello hinchadas hasta hacernos temer una desgracia, conseguía, como siempre, desplazar aquel mastodóntico aparato con cuatro o cinco adolescentes apretujados encima. Entonces, como siempre, asombrados de aquella demostración de fuerza sobrehumana, le felicitábamos calurosamente, “Menuda fuerza, Ángel, ¿cómo lo haces?”, y él, como siempre, con la coquetería de una supuesta modestia, respondía sin poder ocultar su sonrisa de satisfacción: “Bah.., no es fuerza, es concentración”.

Sunday, October 08, 2006

BREVE DICCIONARIO LEPROSO

Se le llama así por estar compuesto de palabras construidas aleatoriamente con trozos de otras, como si fuesen trozos desprendidos del cuerpo podrido de un leproso:
Antropourografía: En el interior de la isla-continente de Australia, dicese de la habilidad de los aborígenes de sexo masculino para escribir o dibujar empleando su propia orina, bien en el suelo o en una pared o árbol. La costumbre aparentemente paralela de la gineurografía, sin embargo está muy poco extendida, por razones no tan obvias como pudiera parecer: siempre se ha mantenido, casi como un tópico más, la mayor inteligencia del género femenino, raramente afectado del infantilismo de los hombres, habituados a llamar la atención haciendo tonterías de esa guisa
Cacobioftalmogamia: Matrimonio que se realiza con una mujer muy fea, estando el hombre bajo los lamentables efectos del alcohol (viendo doble), y, por tanto, borroso. Origen del conocido y socorrido dicho: “bailar con la más fea” (cacodanza).
Cardiomegalolatría: Estado de adoración acrítica (por algunos denominada amor), que se profesa a una pareja de tamaño imponente y gigantesco (todos tenemos derecho a poder ser el objeto de esa obnubilación, independientemente de nuestro aspecto físico)
Necromegalocracia: Sistema político por el que se concede el gobierno de la sociedad a los muertos, que, al carecer de ambiciones, siempre causaran menos perjuicios al cuerpo social que los vivos. Como la democracia y la igualdad se han demostrado con los hechos probados de la historia aspiraciones utópicas e imposibles de alcanzar, se le concederá el gobierno de dicha sociedad a los muertos mas poderosos (o sea como se hace ahora entre los vivos)
Calosomafagia:Nutritiva y supersticiosa costumbre extendida entre ciertos pueblos del sudeste asiático, consistente en devorar el cuerpo del espécimen mas hermoso de la comunidad, con el erróneo y disparatado propósito de apoderarse de su belleza. Normalmente los calosomáfagos lo único que consiguen al practicar este bárbaro rito es una buena indigestión.

Saturday, October 07, 2006

ACERCA DE MÍ


Aunque no tengo llagas visibles, ni pústulas, aunque mi piel está aparentemente sana, o al menos eso creo, me considero un leproso. Leproso en el sentido que Jack London le da en el maravilloso relato breve que da título a este blog.

Vamos a ver: yo, en realidad soy un inválido, que se desplaza en silla de ruedas, pero me considero unido a todos los distintos, a los diferentes, a los que pesan demasiado, a los que pesan demasiado poco, a los "raros"...,a los demasiado altos, a los demasiado bajos, a los demasiado gordos, a los demasiado flacos, a todos aquellos que poseen una belleza "distinta", que no se somete a la dictadura de los absurdos cánones estéticos establecidos.

Wednesday, October 04, 2006

DESFILE DE MODAS(sobre la anorexia y la moda)


Sinuosos, provocativos, los esqueletos avanzan por la pasarela. El abundante maquillaje de las calaberas no logra disimular, sin embargo, su macabro aspecto.