Monday, October 30, 2006

LA DESERCIÓN DE LAS MUSAS


“Ahí te quedas, incompetente, nos vamos” le dijo Calíope, indignada, al aprendiz de escritor, antes de dar un portazo y desaparecer. Habían escuchado su último y frustrado proyecto de relato: un disparate que las indignó a todas: a Talía aquellos chistes malos la sacaron de quicio; a Erato las reiteradas, obsesivas referencias al amor carnal le parecían groseras, redundantes y simplonas, “parece que sólo piensa en eso” anotó al margen; a Clío, por el contrario, la historia le parecía demasiado banal, intrascendente; a Euterpe poco musical; a Polimnia poco seria; a Melpómene sin sustancia dramática, mal construida; incluso a la rubita Terpsícore, tan alegre y dicharachera por lo común, se le quitaron las ganas de bailar y reírse sin parar como tenía por costumbre. Sólo Urania, que estaba como una cabra, había dicho: “No es para tanto. Ya he visto cosas peores”; pero en conjunto, el juicio de las musas parecía definitivo e inapelable: No valía para escribir, mejor se dedicaba a otra cosa.
No intentó retenerlas. Pese a su desesperación, huían ligeras e inalcanzables; definitivamente le abandonaban. Incluso la misma Calíope, que una bella señora de ya de mediana edad, entrada en carnes, desapareció de su vista a una velocidad sorprendente.
A partir de aquel instante empezaba la larga lucha para poder recuperarlas, porque sabía que se había enamorado de todas y ya no podía vivir sin ellas. Tardaría un tiempo siempre excesivo, pero volverían con él, vaya si volvería, porque si no podría acabar por cumplirse la pesadilla recurrente que tanto le horrorizaba: pasar por este mundo sin dejar huella alguna

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