Sunday, December 16, 2007

OTRA "CANCIÓN DE NAVIDAD"


Más bien un exabrupto.

A Fernando Fernán-Gómez, que si supo ser fiel a si mismo hasta el final.

Tras revisar el capítulo final de “Canción de Navidad”, Ebenezer Scrooge, alto, pelirrojo y cascarrabias empuja a Mr. Dickens por las escaleras y sonríe complacido. Por fin se ha librado del “meapilas”, que le ha acabado por tergiversar tan traicioneramente (¡qué asco de epílogo!). Se solmena el sobretodo para aligerarlo de polvo, da media vuelta, y sonriendo (como quien se ha quitado un gran peso de encima) abandona el escenario, y se va.

LA MUJER DEL SUEÑO


Como por ensalmo, aparece otra vez a mi lado. El contacto con la temperatura de su piel, más fría que la mía es subyugante. Siento deseos de besarla, de lamer esa epidermis ajena de sabor seguramente salado. De poseer, que fea palabra, un cuerpo sin duda deseable. No quiero despertar. Tener que enfrentarme otro día a una vida tan mediocre como la mía no me apetece. Quisiera seguir durmiendo y que al despertar lo soñado se hiciese realidad. Entre lo real y lo soñado, me quedo con el sueño. Se que cuando abra los ojos, el sueño, tan placentero, se evaporará. Sin remedio. Sin dejar rastro. Como siempre. Me resisto. No quiero. ¿Dónde van los sueños una vez soñados? Quisiera irme a vivir a ese lugar quimérico. El país de los sueños soñados. Aquí, en este momento inasible, entre la vigilia y el sueño, todo es posible aún.
Ella, mi fantasma adorado me acaricia la mejilla antes de desaparecer. Antes de desaparecer deposita un beso en mis labios que sabe a hidromiel, y huele al perfume denso, envolvente de su cuerpo. Noto su muslo pegado al mío. Como siempre nuestras manos se entrelazan, hasta que las membranas que separan los dedos me empiezan a doler, y temo, seriamente, que se acaben por rasgar, tal es la intensidad con la que pretendo, quizás inútilmente, fundirme con su cuerpo idolatrado. De repente, cambia de postura. Se da la vuelta. Hurta de mi vista sus pechos pesados y un tanto caídos ya (la ley de la gravedad). Me ofrece sus nalgas, donde el inmisericorde trabajo de los años se evidencia en forma de celulitis (la mujer soñada resulta ser una mujer real, ¡qué caramba!).
No me importa. Repuesto de la sorpresa inicial, deposito mis labios sobre esas nalgas adiposas y un tanto fláccidas. En respuesta escucho un ronroneo que quizás exprese placer, pero, también puede que desagrado o rechazo.
Me despierto.
Definitivamente la mujer se ha evaporado.
No queda ni rastro de ella.
Como todas las mañanas, me tengo que separar de ella, y sólo me queda un rescoldo difuso del inmenso placer que me volvió a proporcionar esta noche.
Apenas nada.
Hasta mañana, amor mío.
Te quiero.
Te deseo.
Con tu ligero sobrepeso y todo.
Con tu cuerpo gozosamente imperfecto.
Con tus arrugas.
Ya tengo ganas de que, en la próxima noche, me duerma otra vez, y de nuevo vuelvas a poseerme.
Si mañana, por fin, no me abandonases...

Sunday, December 02, 2007

ELENA Y EL COCODRILO

Al Futuro Bloggero (http://bracecooper.blogspot.com/) por sus atinados consejos
A Atikus (http://atikus.blogspot.com/) y Mary Kate (http://cuentosprescindibles.blogspot.com/) , que también colaboraron.

A Enrique Anderson Imbert, maestro del relato breve. Sabiendo que toda emulación es imposible.

Elena se pasa la yema del dedo índice sobre el borde blanco del escote. Luego se ahueca la negra melena, y comprueba el resultado en el espejo, ponderativa. Se contempla satisfecha. Se ve guapa. Una media sonrisa se dibuja en su rostro moreno. Sus labios gruesos se humedecen con secreto placer. Se recoloca el sujetador, agarrándose los pechos con las manos. Un gesto vulgar. Qué más da. Nadie la ve, y si la estuviesen espiando, mejor. Que la envidien. Sube las persianas. Hace sol. Seguro que en la calle apretará el calor. Abre el armario. Tras dudar un poco elige el polo amarillo. El de marca. Con el pequeño cocodrilo que se sitúa siempre sobre el pezón, el muy pícaro. Lista para un nuevo día. La colonia. Se le olvidaba. El perfume siempre causa buena impresión. A ella le gustan los aromas densos. Aunque su madre siempre repita: “Hija, hueles a putón”. Coge el frasco. Iba a ponerse unas gotitas nada más. En las muñecas. Como dice mamá que es elegante y fino. De repente lo vuelca por las axilas. Sin depilar otra vez. Qué marrana. Se le escurrió. Qué se le va a hacer. El alcohol perfumado le baja ya por los pechos. Qué gozada. Una gotita se ha parado en el borde del sujetador. Ahí está bien.
Al trabajo otra vez. Tras la ventanilla. Otro día más. Con el dichoso ordenador. Haciendo balances. Qué divertido. ¿Te vas a quedar para vestir santos?. Que ya has pasado los cuarenta. Qué más da. ¿Estoy esperando a mi “príncipe azul”?. Si no aparece, mejor. No necesita ningún “moscón”. Ella lo puede hacer casi todo sola. Hombres, qué horror. Dejan siempre la tapa del water levantada. Al principio todo son carantoñas, pero luego siempre ellos primero. Yo me arreglo sola. No necesito nada de lo que un hombre me pueda ofrecer. Para eso..., tampoco. Me las arreglo divinamente. No me falta de nada. Me conozco mejor que nadie, y no necesito a nadie. Para nada.
Se sienta delante del ordenador. Trabajo rutinario. Aburrido. Su imaginación transita por ensoñaciones que la ruborizan. Sueños inconfesables. Imposibles, además. Se imagina otra vez acariciando los delgados, fibrosos muslos de su jefa, tan distintos a los suyos. Si. De la “Rotenmeyer”, como todas la llaman, aunque ella sabe que se llama Cristina. Tan seca. Tan estirada. Tan inaccesible.
Bueno, hay que trabajar. Precisamente hoy le toca revisar los balances de “Lacoste”.
De reojo observa al cocodrilo sobre su pecho derecho, y recuerda aquella calurosa tarde antes del verano, en que Cristina (su cocodrilo particular) , con la que se "entendía" tan bien, le pidió que la ayudase con aquellos "benditos" balances (cualquiera se negaba, era su jefa), y en la que, ya a solas en la oficina, por la tarde. se dejó devorar placenteramente hasta sus más íntimos rincones (cualquiera se negaba, era la jefa).

Sonríe, complacida en el recuerdo, y se interna de nuevo en el proceloso y "excitante" mundo de los balances.