Sunday, July 29, 2007

FILIAS Y FOBIAS DE UN "LEPROSO"

Al maestro Luis Buñuel

En mi adolescencia, tendría 15 o 16 años, descubrí abandonada en la biblioteca de mi tía, la breve y sustanciosa autobiografía de Buñuel titulada “Mi último suspiro”.
Me impresionó, sobre todo, el capítulo titulado “Me gusta, no me gusta”, en el que el “maestro de Calanda” desgrana sus muchas filias y fobias, en un catálogo con el que ya entonces tenía abundantes coincidencias que se han ido incrementando con los años.
Mucho más recientemente, he descubierto en el blog de los pasos que no doy (http://lospasosquenodoy.blogspot.com/) que su creadora había realizado una entrada que parecía inspirada en este juego que, en realidad, pusieron de moda los surrealistas a principios del pasado siglo XX.
Como desde que leí la autobiografía de Buñuel quise hacer algo así, pues ahí va mi particular catálogo de “filias” y “fobias”, que, naturalmente, tiene, en ocasiones, poco de racional, y mucho de “ajuste de cuentas” más bien dejado al instinto.
Bueno, tras este ya demasiado largo preámbulo, voy a la materia sin más dilaciones.
Será, como en la citada autobiografía de Buñuel, una exposición un tanto caótica.

En fin, vamos allá:

Me gustan, por encima de todas las cosas, las mujeres: altas, bajas, gordas, flacas, morenas, rubias, viejas, jóvenes (aunque ya puestos, las prefiero morenas, y con formas, no me disgustan los kilos, y con suficiente edad para que puedan mantener una conversación inteligente). Me eduqué en un colegio masculino, y no tuve hermanas (bueno, ni hermanos), y eso, quizás convirtió a la mujer, para mi, en alguien misterioso y desconocido, y, por tanto, deseable.
Relacionado con esta obsesión, no comprendo muy bien la heterosexualidad femenina, una opción tan respetable como la otra, y que me beneficia (mucho), pero que cae en lo irracional (lo único que el hombre le puede aportar a la mujer es un puñado de espermatozoides para perpetuar la especie, y, quizás ha llegado el momento de preguntarse, ¿es esto realmente imprescindible? ¿Merece la pena salvaguardar una especie tan destructiva y fagocitadora como la nuestra? (1)
Me gusta mirar (creo que de ahí viene mi desmesurada afición al cine). Si el accidente que me dejó en una silla de ruedas me hubiese privado de la vista, habría preferido morir (aunque por experiencia se que todo se puede superar, menos la muerte, claro, que es lo único irreversible).
Me interesa el Barroco en todas sus manifestaciones.
Relacionado con ello, adoro a Rubens (de hecho, mi despertar sexual vino determinado por el tomo de una enciclopedia de Historia del Arte, dedicado a este maestro flamenco).
Por tradición familiar, me considero de izquierdas. De hecho sigo votando religiosamente a Izquierda Unida, más por cuestión de fé o de rutina, que porque racionalmente me parezca la mejor opción (racionalmente la mejor opción es siempre la abstención, o el voto en blanco, como mucho, salvo en casos de excepción como el 14 de marzo cuando las estúpidas mentiras del gobierno de entonces superaron ya todo lo soportable).
Soy republicano. Soy ateo. Monarquía y democracia me parecen tan incompatibles como fé y razón. La fé, con la intolerancia que le es inherente, ha causado enormes males a la humanidad (sí, para escándalo de los jerarcas de la iglesia católica caigo de lleno en el "relativismo moral". ¿Pasa algo?) (2)
Me gusta la comida con sabores fuertes: los embutidos, las carnes a la parrilla, etc... (Pero la gastronomía tampoco es algo que me quite el sueño); como, debido a mi pésimo oído, tampoco me lo quita la música (gastronomía y música son dos graves carencias en mi formación, de las que NO estoy orgulloso, precisamente). Aún así, en música también tengo mis preferencias, pese a mis enormes limitaciones: Bach, Wagner, Bernard Herrmann, Nino Rota, Dvorack, Leonard Cohen, REM...(3)
Detesto profunda e irracionalmente los kiwis (conste que no tengo nada contra Nueva Zelanda, remotísimo país que dudo alguna vez llegue a conocer).
Aunque pueda precer extemporaneo y ridículo, no me gusta comunicarme por teléfono: mantener una convesación con alguien sin verle la cara me pone nervioso. Si, por ejemplo, llamo a alguien y me contesta una máquina (contestador automático, creo que se llama ese "invento del demonio"), cuelgo inmediatamente -irracionalmente esta "fobia" no se extiende a los correos electrónicos o al "messenger", pero ya he advertido previamente que esta lista tendría poco de racional-.
Tampoco, desde niño, soporto las "estatuas humanas" callejeras. De pequeño me daban miedo (con sus rostros maquillados e inexpresivos, como muertos en vida) ; ahora, ya no me atemorizan, sino que eso de quedarse muy quieto, poniendo cara de "panoli", me parece simplemente una forma muy estúpida (aunque supongo que no fácil) de ganarse la vida.
No me interesan, en general, los deportes (pongo en duda, incluso, su pretendido efecto beneficioso para la salud, no hay mas que hecharle un vistazo a las páginas de la prensa deportiva, tan parecidas a un tratado médico, en el que se enumeran las lesiones de los nuevos ídolos en que se han convertido las "estrellas del deporte").
En la misma línea no soporto a la prensa deportiva, tan parecida a la llamada "prensa del corazón". Me asombra cómo en uno y otro caso se pueden llenar páginas y páginas, hablando de la nada más absoluta.
Tampoco me gusta demasiado el machacón bombardeo publicitario al que inevitablemente se ve sometida nuestra sociedad. Me parece estúpido y de mal gusto. He llegado a odiar a ING direct (además le tengo manía al color naranja), y al "tinto de verano Don Simón, tinto de verano p´al calor, tinto de verano,¡qué sabor!" ¡Fiesta,Don Simón! (apago la radio cada vez que, a traición, me asaltan con la cancioncilla de marras).
Recuperando el primer punto, de entre las mujeres, tengo debilidad por el tipo de actriz italiana de los años 50 y 60, caderas anchas, pecho generoso, (Sofía Loren, Silvana Mangano, y, más recientemente Laura Antonelli o Stefania Sandrelli, e, incluso, recientísimamente, y salvando las distancias, Maria Grazia Cuccinotta).
Detesto, sin embargo, la ficticia belleza estereotipada de "modelo de pasarela". Me gustan los rostros con personalidad, que no se atienen al modelo imperante (entre los primeros citaría como ejemplos a Nicole Kidman, o Penélope Cruz, que, encima comparten una relación en su biografía con un personaje tan antipático y ridículo como Tom Cruise; entre los segundos citaría a Juliette Binoche o Julianne Moore, dos de las mejores actrices de la actualidad)
Respeto, y admiro a Fernando Fernán-Gómez, polifacético artista español (actor, dramaturgo, cineasta, ensayista). Este "cascarrabias" impenitente me ha inspirado siempre una enorme simpatía, y una habitual coincidencia de opiniones.
No me gustan nada, lo que se dice nada, la incoherencia, la doble moral y la hipocresía; Aunque, ya sabeis, "Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra...")
Me dan miedo los que no dudan.
La duda es la hermana gemela de la razón, y el antídoto ideal para el totalitarismo.
Detesto a los que tienen las cosas demasiado claras, y no dudan en imponer esta falsa "claridad" a los demás (la Historia esta llena de ejemplos: Hitler, Franco, Stalin, Juan Pablo II...).
Detesto las banderas(pintureros trapos cuya única utilidad sería sustituir al papel higiénico en caso de" apretón"), las patrias (todas, a diferencia de respetables filósofos como Gustavo Bueno o Fernando Sabater, que salvan de este aborrecimiento a la suya; yo no tengo patria, o la desprecio tanto como a cualquier otra) y los desfiles militares (estúpidos e infantiles espectáculos que, además, arruinan el erario público)
Detesto, también, y sin demasiadas razones explicables a Robim Williams (histriónico y lamentable actor americano que estropea cada película en la que interviene), a Tom Cruise (mal actor al que creo que, además, "le falta un tornillo), a Sting y U2 (no soporto a los "progresistas de chichinabo" como ellos).
Detesto, igualmente, el "blandi-porno" de los años 70 y 80 (películas como la saga de Enmanuelle o "La historia de O" me dan tantas nauseas como un chicle de fresa) (6)
Sin embargo, no desprecio en absoluto la pionera producción "porno" de esa misma época(películas como "Tras la puerta verde" o "El diablo en la señorita Jones", me parecen, dentro de los límites de su indigencia industrial, valientes, divertidas, y muy diferentes al aburrido "mete-saca" en que se ha acabado convirtiendo este género tan desaprovechado, sobre todo desde que su exhibición se ha visto practicamente reducida al vídeo).
Prefiero una voz grave, aunque llegue a ser algo “cazallera” (por ejemplo la de Charo López) que una ridícula vocecilla aguda y aflautada (como por ejemplo la de Penélope Cruz, sobrevaloradísima actriz que, ni decir tiene, no soporto)
Sin pretender ser original, y como excepción a las italianas, yo también considero a Ava Gardner el “animal más bello del mundo”, y no sólo por su físico espectacular (Su biografía personal, excesiva y desprejuiciada, me ha subyugado enormemente desde siempre).
Otra excepción, más cercana en todos los sentidos, es "nuestra" Leonor Watling, bellísima mujer, excelente actriz y formidable vocalista con su grupo "Marlango". ¿Quién, en sus cabales, no se ha acabado enamorando de esta mujer ?¿A quién, por ejemplo, no le gusta el chocolate?
Hablando de excesos, como Buñuel, adoro al Marqués de Sade, un ilustrado que está bastante lejos de la caricatura de látigos y capuchas con la que habitualmente se le caracteriza. Su obra cumbre, “Las 120 jornadas de Sodoma” es una “anti-novela” genial, sobre la ruindad del ser humano, que por momentos se hace muy difícil de soportar, pero que enriquece nuestro pensamiento, y nos retrata con toda la crudeza que merecemos.
Desde pequeño, me han atraído (y repelido, a qué negarlo) los “diferentes”, los “inválidos”, los “raros”, los que tenían alguna característica peculiar, los políticamente incorrectos, los que no se atienen al canon de belleza establecido en los catálogos de cirugía estética, que detesto. Naturalmente, al verme convertido, inesperadamente, en uno de ellos, este ambiguo interés infantil, se convirtió en una obsesión.
Me gusta el roce de una piel ajena. El simple contacto con una temperatura diferente de la mía me causa, sin más, un gran placer.
Me gustan las arrugas, señal de que su poseedor, o poseedora, ha vivido mucho, y, por lo tanto, atesora abundante sabiduría.
Detesto las gaviotas, sobre todo desde que han emigrado desde el mar a los vertederos de basura, con que rodeamos nuestras ciudades: me parecen un animal sucio, estruendoso, y estúpido (que el PP las haya escogido para su logotipo no contribuye a mejorar esta opinión, precisamente).
Aborrezco el ruido, las voces sin sentido, los graznidos.
Me gusta el chocolate, todo lo que lleva este manjar, pasa a formar parte, sin más, de mis preferencias.
También he comprobado que me encanta todo lo que procede del cerdo: jamones, chorizos, la carne que rodea las costillas. En fin, que el cerdo, al contrario que la gaviota, me parece un animal muy simpático al que los humanos deberíamos erigir un monumento. ¿Se han fijado en el gran parecido que guarda con nosotros? ¿O será sólo una sugestión mía?
Como ya he señalado en un post anterior, si tuviese que quedarme con una película (tendría que ser bajo tortura, me costaría horrores despreciar tantas y tantas) esta sería “Vértigo” del gran Hitchcock, ni que decir tiene, mi director preferido (4).
Si tuviese que elegir un libro, elección aún más traumática y difícil, si cabe, sería “En busca del tiempo perdido”, monumental autobiografía encubierta, en la que Marcel Proust reinventó el arte de narrar.
Sin embargo, tengo que confesar, quizás para mi vergüenza, que nunca he podido acabar el “Ulises” de James Joyce, que me resulta farragoso, y, por momentos, decididamente incomprensible (5).
Desde pequeño me aficioné a la lectura, pero después de mi accidente, esta afición se convirtió en obsesión: como dispongo de todo el tiempo del mundo, y tampoco tengo capacidad para hacer muchas más cosas (no sólo los deportes se han acabado para mi, confieso que tampoco los hecho mucho de menos, si no también los largos paseos en bicicleta a la orilla del mar, que tanto me gustaban), leo compulsivamente, devorando tomo tras tomo: aunque mi biblioteca privada tenga ya un tamaño respetable, mi compulsión lectora me lleva a frecuentar varias de las públicas, en busca de libros que quiero, necesito leer (esto se ha convertido en una adicción, y corro el peligro que se me escape de las manos).
No me gustan las pipas, los caramelos o los chicles: su ingestión me parece una manera infantiloide de hacer pasar el tiempo. Claro, que los aficionados a estos “manjares” tienen todo el derecho de decir lo mismo de mí, en relación a mi desmesurada afición bibliófila y cinéfila.
Me fascina Proust, ya lo he dicho; pero si tuviese que enumerar toda la literatura que me interesa, este post se alargaría hasta casi el infinito. Mi pasión por los libros, al igual que por el cine, no tiene límites.
Detesto, y me aterran, los dolores de muelas que, con frecuencia, no me dejan dormir. ¡Cómo me identifico entonces con la canción de Sabina “Como un dolor de muelas”, Sabina, por cierto, otra de mis preferencias musicales, ¿o habría que decir, poéticas?.
Sin embargo esas noches en blanco, incómodas, siempre demasiado largas, no son tan deleznables, pues de ellas suelen surgir estos “entretenimientos”. ¿O, como suele ser habitual en mi, sí lo son, y me dejo llevar por mi ego sin medida?
En fin, eso ustedes juzgarán.
Aunque por el tamaño que está adquiriendo esta entrada, ya les percibo removerse en sus asientos, y exigir que lo vaya dejando, con un “cállate ya, pesao”.
(1) Se que alguno de mis amigos, reales o virtuales, como pazzos(http://pazzos.blogspot.com/) entre los primeros o Horrach(http://horrach.blogspot.com/), entre los segundos, no compartirán estas afirmaciones, pero mi devoción hacia la mujer está, incluso por encima de la amistad. Que me perdonen.
(2) Al principio de la entradada, ya señalo el carácter caótico de esta enumeración. A veces me olvido de puntos esenciales, como este, y me tomo la libertad de recuperarlos "a posteriori".
(3) Para mis escasas y, quizás infundadas, preferencias musicales, remito a mi perfil.
(4) Ver mi entrada anterior, "Surgida del Averno".
(5) Aunque con titánico esfuerzo, conseguí extraerle, algunos momentos de enorme talento, pero no fui capaz a acabarlo, reconozco (la literatura, desligada del placer lector puede convertirs e en una tortura).
(6) A raiz de ir masticando estúpidamente uno de estos chicles, mientras recorría en autobus un trayecto plagado de curvas, cuando tenía 7 años, el simple olor de la fresa, me produce, desde entonces nauseas.
(7) y última: Creo que ya puedo dar por finalizada esta entrada, que me ha tenido ocupado todo el mes de Agosto. Quien haya tenido la paciencia de leer tan egocéntrica y exibicionista "aportación", me conocerá un poco más, aunque quizás haya caído en la cuenta de que no merece la pena demasiado. De todas maneras, muchas gracias a quienes hayan tenido la paciencia de soportar tan tremendo "rollazo" hasta el final. PUNTO FINAL

Tuesday, July 17, 2007

RETRATO DE UNA "DECEPCIÓN"




Sobre la película “Retrato de una obsesión”

Cuando me enteré que se había realizado una película inspirada en la vida de Diane Arbus, me propuse verla en cuanto pudiese (1). Considero a la fotógrafa neoyorquina Diane Arbus (1923-1971) una de las miradas más lúcidas y perturbadoras de la Historia del Arte del siglo XX.
Sin embargo, la película, de la que tanto esperaba, acabó por convertirse en una gran decepción (suele ocurrir cuando te creas unas expectativas tan altas, que no se acaban cumpliendo).
Arbus fue una retratista de excepción. Su “material” eran los seres humanos diferentes, los distintos, los imperfectos, los inválidos de todo tipo y condición, los que componen la cofradía de los “leprosos” (2) en el sentido que le da Jack London a esta palabra en el extraordinario cuento que da título a este blog.
Desde luego, por las fotos que conozco, Arbus no era el prodigio de belleza y elegancia que pretende ser siempre Nicole Kidman (era más bien una mujer normal, ni muy fea ni muy guapa, por lo que, para empezar no parece una elección demasiado brillante). Pero cuando la película patina, chirría, y se acaba convirtiendo en una enorme decepción, es al abordar con desmesurada cobardía la relación entre Diane Arbus (Nicole Kidman) y Lionel, que sólo puede fructificar tras someter al monstruo peludo,(3) a un rápido y poco creíble afeitado total, por el que un monstruo, se convierte en un santiamén en el guapo Robert Downey Jr.
Para todos los inválidos, raros y “diferentes” esta es una solución insultante, resuelta además chapuceramente, como con prisas, y una falta de tacto lamentable. Esta parte final, infantil, absurda, arruina lastimosamente toda la película.
Elevo a quien sea mi más enérgica protesta: ¿Es que no puede un inválido conquistar el corazón de una belleza? (y quiero dejar constancia, además, de que Nicole Kidman NO es mi tipo: demasiado alta, demasiado guapa, demasiado perfecta, demasiado irreal, en suma), y a mi me gustan (y mucho) las mujeres de carne y hueso, no tanto los estereotipos, las mujeres que parecen “de mentira” (4)


(1)En mi ciudad, Gijón, solo se proyectó en los multicines Yelmo-cineplex, donde son conocidos los problemas de accesibilidad a los usuarios de silla de ruedas, por lo que tuve que verla por el drástico método de bajarla con el e-mule, lo que no garantiza el mismo visionado que en el cine, y puede haber condicionado mi opinión.
(2) “Koolau el leproso” de Jack London. Editorial Libros del zorro rojo. Barcelona, 2006
(3) Se supone que Lionel (Robert Downey Jr) padece hipertricosis, una extraña enfermedad genética caracterizada porque el pelo crece de forma generalizada, y desordenada por todo el cuerpo.
(4)Puede aplicarse igualmente al revés: si el “monstruo” fuese mujer y el “fotógrafo” un hombre; es una ley matemática que el orden de los factores no altera el producto.