Tuesday, November 28, 2006

LA FOTO EN MI HABITACIÓN

Cuando emerjo por las mañanas de la confusa nebulosa de mis sueños (ora masas gelatinosas que me aprisionan y ahogan, ora plácidos paisajes que sobrevuelo con facilidad gracias a mi sorprendente habilidad para gravitar sin esfuerzo, cual joven y valiente astronauta), lo primero que veo a mi izquierda, bajo la estantería abarrotada de libros y revistas, es una foto de hace mucho, que sólo por superstición conservo. En la estampa aparecemos ella y yo, elegantes y guapos, por que no decirlo, y en apariencia felices y despreocupados, ya que estamos en la boda de una de sus mejores amigas. En la foto yo sujeto una copa y mientras ella ilumina con su confiada sonrisa y brillantes ojos negros toda la estancia, yo, ladino procuro vislumbrar, de reojo, el vehemente empuje de sus pechos contra la tela blanca de la blusa.
La creencia ilógica que me domina consiste en pensar que si alguna vez retirase esa imagen del sitio que lleva ocupando tantos años, el vínculo ya inexistente, para qué nos vamos a engañar, que nos unía, se rompería de forma irremediable y definitiva. Y es absurdo, porque, en verdad, más roto ya no puede estar. Después de años sin siquiera mantener una conversación, pensar otra cosa sólo indicaría que soy mucho más cretino de lo que siempre había barruntado (lo que mi cara de idiota babeante de la foto certifica, por otra parte).
Mi habitación es un paralelepípedo de color amarillo, con un feo, pero útil reloj, confeccionado artesanalmente por la hija de la vecina, situado en frente de mí, al lado de la puerta.
Como Juan Carlos Onetti soy muy vago, y hago gran parte de mi vida en la cama. En la cama leo, duermo, imagino, disfruto y me desespero.
Y la añoro a ella, y más añoro mi vida de antes para siempre perdida, de forma tan absurda como inexplicable.
Tengo un pequeño receptor de televisión en esta alcoba. Todavía ayer me dormí con los melodramáticos avatares de Jane Wyman y Rock Hudson en alguna película del gran Douglas Sirk, en la que ambos sufren muchísimo, pero al final, como por arte de magia, ellos, el jardinero y la dama, superan los múltiples impedimentos, que en forma, en su caso, de hijos caprichosos, egoístas y despiadados, se oponían a su felicidad, y de manera casi inexplicable pueden ver triunfar su amor.
Cuanto he soñado un final así para nosotros
Pero ese final hace mucho tiempo que no es más que una quimera imposible.
Y temo, seriamente, que con el implacable paso de los años, como la copa de dorado champagne que sujeto en la foto, ya bebido y orinado hace tanto tiempo, acabe hasta por olvidar el rostro de la que tanto significó para mí, de la que tanto amé.

Thursday, November 23, 2006

A DOS METROS DE DISTANCIA

Años después, sentado en mi silla de ruedas, con mi padre y mi madre, y los hijos de mi prima (que como soy hijo único, son para mi, los sobrinos que nunca podré tener).


Cuando abrió los ojos pudo constatar dos hechos que emergían entre las brumas de su cerebro aturdido: primero, que había conseguido escapar de las tinieblas que lo retuvieron durante tres meses, (bueno, de eso se cercioraría en realidad bastante después), y segundo, que no estaba solo. De algún modo sabía que ella no podía haberlo abandonado. En efecto, con enorme trabajo consiguió girar su cabeza hacia la izquierda, y allí se le apareció, a unos dos metros de distancia, en una cama de lo que parecía la habitación de un hospital.
Lo último que difusamente recordaba era su desazón cuando llegó a casa, y la encontró echada en la cama, la ropa desordenada, la bata abierta, descuidada, dejando escapar sus pechos ubérrimos y nacarados; Luego su intento desesperado de pedir ayuda por teléfono, no sabía a quién, a un médico, a una ambulancia, a quién fuera, y su propio lento desvanecimiento, las malditas tinieblas que sin dolor se iban apoderando de él, sumiéndolo en un sueño que pudo ser letal
En el hospital, porque era un hospital, de eso empezaba a estar seguro, intentó llamarla, decir algo, pero no pudo: por alguna razón el aire se le escapaba misteriosamente sin transformarse en sonido ninguno. Era un horrible despertar, tenía que ser una pesadilla, tanto horror no podía ser cierto..., pero lo era. De alguna manera supo que aquello era la realidad, su realidad a partir de aquel fatídico instante. Se percató que no podía moverse, apenas girar la cabeza a los lados. Sin embargo su consciencia no parecía muy afectada por el desastre, cualquiera que hubiese sido este. Deseó que el personal del hospital los hubiese colocado más cerca. Constató cuánto la necesitaba. La distancia de apenas dos metros que los separaba se le antojaba insoportable. Deseaba el contacto de su piel voluptuosa, de su brazo, de su muslo, de su pierna, del calor y frío de un cuerpo ajeno, y a la vez conocido, aunque sólo fuese para yacer tendido quieto pegado a ella, sin hacer nada más
Pronto comenzó el desfile de visitas: llegó su padre, lo reconoció al instante. Lo contempló con ternura mientras observaba como lágrimas indisciplinadas surcaban en silencio las arrugas de su rostro venerable. Cuánto había envejecido en el poco tiempo que llevaba sin verlo. Se sintió culpable. Luego llegó su madre. Tampoco le costó reconocerla, tan pequeñita y cariñosa como siempre, disimulando las lágrimas, que ella rara vez dejaba escapar.
Y se fueron sucediendo más visitas: amigos, familiares, conocidos…, pero él deseaba que se marchasen pronto, que le dejasen contemplar su cielo en exclusiva, que les dejasen solos de una vez para poder amarse en silencio, a dos metros de distancia, que a veces parecían miles de kilómetros, y a veces sólo unos milímetros.

LA "CLEMENCIA" DE LA LLUVIA

Oigo al aguacero repicar en el patio como un tambor a rebato. Me acurruco entre las frías sábanas abrazando al fantasma de su cuerpo que tirita, no se si de miedo o de frío, pero es cálido y suave, y huele bien, a perfume de mujer. Quimérico como es uno, imagino que mis brazos la envuelven en un abrazo protector. Por la brevísima rendija que deja la persiana, el pespunte de un relámpago quiere iluminar la habitación, precedido por el bronco retumbar del trueno, y yo me siento bien, arropado y seguro. Me gustan estas noches de frío y lluvia, noches de tormenta en que me creo resguardado en el refugio de mi cama, en las que me dejo llevar en reconfortantes ensoñaciones, sueños que se imposibles de trasladar al mundo real, pero que, ingenuos al fin y al cabo, me sirven para cobijarme de la sórdida realidad de mi vida. Vano intento.
Porque el tiempo, implacable, sigue arrasándolo todo, como un tren desbocado, sin frenos, que ha iniciado una loca carrera hacia ninguna parte, y ya no me permite, soy miedoso, saltar y bajarme en marcha.

Sunday, November 19, 2006

ESTA MUJER


Esta mujer me desespera, nada, que ni respira, parece milagroso, ¡Qué catarata de palabras sin sentido!, y no poder escapar, eso es lo peor. Si por lo menos pudiese levantarme, y largarme, “Adiós, ahí te quedas, pesada”. Pero yo sólo pido que descanse, que se calle un poquito, que me va a volver loco con su cháchara inconexa : que si mira que putones las hijas de la Rosa, siempre con esas minifaldas enseñando hasta las bragas, que si por lo menos fuesen unas jovencitas, pero es que ya no tienen edad para tanta exhibición, que ya están muy jamonas, que a mi no me gusta criticar, pero que no, que no me gusta que me enseñen tanta pierna, y pierna gorda, que como digo yo, llegando a una edad no se puede ir por ahí enseñando esos muslotes de elefanta, y luego querer que no te critiquen, que luego pasa lo que pasa, que Rosa es muy buena persona aunque muy inocente la pobre, pero tiene unas hijas a cada cual más pu.., que mira, que tres de las cinco le acabaron llegando con un bombo de regalo, que se puede ser muy moderno, pero luego el paquete siempre es para la abuela, que ellas no se enmiendan, que les hacen un bombo, y como tienen a los padres que son tontos, ¡ala!, a seguir puteando por ahí, que como digo yo, la culpa no es de ellas, es de la madre, que a las hijas hay que atarlas corto, como yo a la mía, que nunca se me desmandó ni dio que hablar por ahí, que luego pasa lo que pasa, que das pie, y los hombres que van a hacer, ¿cortársela?, que no puede ser, aunque me diga siempre mi hombre, que es un pobre inocente, anda, a ti que te importa, al fin y al cabo, cada uno en su casa y dios en la de todos, pero es que la Rosa es muy buena amiga mía, y como no me va a importar lo que hagan sus hijas, si casi se criaron en casa con la mía, que a la mía gracias a dios, no se le pegó nada de su forma de ser: ese estar siempre detrás de los hombres, que no se que les ven, porque, como digo yo, al final todos los hombres son iguales, que mucho prometer pero luego ninguno lleva nada que valga pa ná, que también yo con el mío, vaya chasco que me llevé, que una está esperando maravillas, y luego una vez por semana, los sábados, y rapidillo, que a mi eso al fin y al cabo tanto me daba, porque una siempre tuvo cosas más importantes en las que pensar, que como digo yo, pan para hoy y hambre para mañana, pero lo de esas chicas no puede ser, y lo digo yo, que al fin y al cabo son casi como mis hijas, pero que no, que no puede ser esa forma de vivir, si es que a ese constante sobarse con el primero que pasa por delante se le puede llamar vivir, que a mí no me gusta meterme en la vida de nadie, pero es que esto ya no puede ser, ¿no es verdad?, oye, no te duermas, que si ni tu me vas a hacer caso no se para que me esfuerzo yo en teneros al tanto de lo que pasa. //Y yo que por fin desconecto con lo que me rodea, y mi mente ya se deja deslizar con suavidad a regiones lejanas, al lugar cálido y remoto donde habitan hermosas y suaves princesas que me permiten refugiarme entre sus brazos rollizos y acogedores, aspirando el perfume delicioso de esas huríes en una agradable ensoñación, mientras en segundo plano sigo escuchando el bajo continuo de un parloteo demencial, y por fin consigo murmurar mitad dormido, mitad despierto: “Haz el favor de callarte, por favor”.

Sunday, November 12, 2006

DESPECHADO



¡Pero mira que cara de gilipollas pone!; no, si inteligente debe ser un rato, pero demostrarlo, lo demuestra poco; y como me aprieta el tío... ¡Tranquilo, hombre, que no me escapo...! No, si este tío ya me está cargando. Y total, todo este esfuerzo para luego, delante de los demás, traicionarme con la caja esa con teclas; que todavía hace años, cuando me dejaba por la señorita aquella tan fina, y con tantas curvas, y de nombre tan raro, si, la esti.., estilográfica, creo que era, pues bueno, había que fastidiarse, que uno comprende que es humilde, delgaducho, y de cristal falso, pero ahora, con esa horrible caja con teclas, que no se que le ve, que encima incorpora una pantalla de colorines que la hace el colmo de lo hortera, ¡vamos hombre, que falta de gusto, que horror, que vulgaridad!. Y además que nunca me trató muy bien que se diga, porque una cosa es ser bastante poco curioso, que nunca lo fue, y otra lo de ahora, que ya es el acabóse, si hasta parece que se haya dado a la bebida de lo que le tiembla el pulso, qué hasta vergüenza me da: unos rayonazos sin sentido, y ese sacar la lengua babeándose como un subnormal, él, que se cree tan inteligente, ¡qué apuro!, ¡que falta de decoro, y dedede...ttodo, hombre, que si lo pienso bien se me empieza a revolver la úlcera, y esto va a acabar mal. Y además, ni que escribiera algo que valiese la pena, no se, una novela fina, sentimental, de las que a mi me gustan, o con conciencia social, con épicos obreros maltratados por el capitalismo y la reacción, o de héroes, o de sabios filósofos que imparten un mensaje filantrópico, constructivo y para el bien común, como debe ser; pero no, el siempre con lo mismo, con sus lenguas, con sus labios, con sus salivas promiscuas, ¡rijoso!, que eso es lo que es, siempre pensando en lo mismo, que cualquier día me harto, y a ver con que toma notas, porque la dichosa caja con teclas parece muy poco manejable, y a ver como se las arregla entonces. Abrase viso

Thursday, November 02, 2006

MELANCOLÍA

Pip, pip, pip, piip. Son las ocho de la mañana, las siete en Canarias. Como cada mañana la voz de Francino se derrama por la habitación desde el transistor que está a mi lado
Y me levanto y me voy al gimnasio como cada mañana
Y Silvia, mi rubia y pizpireta fisioterapeuta de ojos azulísimos, que ya se echa sobre mis piernas para facilitarme la correcta realización de los cien abdominales de rigor, divididos en cuatro series de veinticinco: 1...,2...,3...,4..., 5..., al 18 empiezo a notar que me quedo sin aire, y el temor al fracaso se instala en mi mente, al 20 me animo, total pa cinco que quedan, no vas a poder con ellas, vamos hombre, 24..., y 25, lo conseguí como casi siempre, no se por que me preocupo
Ahora la rubísima Silvia se va a realizar otros quehaceres por el gimnasio, y yo me quedo tumbado en la mesa recuperándome del esfuerzo, escuchando en el hilo musical ominosas cancioncillas de moda, contando mentalmente hasta 300, que ya he calculado equivale al tiempo exacto que me dejará descansar hasta empezar la segunda serie. Y así todas las mañanas, todos los días.
Y desde allí saludo a la los clientes que llegan retrasados: a la simpática viejecita que siempre se preocupa por mi salud; a la voluptuosa joven, como me gusta cuando se quita la sudadera, y deja más libre su gloriosa anatomía, que ¡Oh, fatalidad!, parece ignorar que existo; al rebelde y venerable anciano, aquejado de mil achaques, que hace gala de un escepticismo tan sano, como quebrantada parece su salud; a la señora mayor todavía de buen ver que me guiña un ojo, cómplice; al despistado que se ha olvidado apagar el cigarro, y entra buscando un cenicero inexistente; a la alegre pareja joven que lo hacen todo juntos, y que juntos parecen haber compartido un accidente de tráfico, o algo así
Y ya vuelve Silvia, justo cuando voy por 299, milagrosa precisión la suya, y otra vez a empezar con los dichosos abdominales; se acabaron las ensoñaciones por hoy.
Y ya estoy saliendo del gimnasio, la distancia hasta mi casa es escasa, apenas cruzar la calle; y ya he desarmado la silla, que si no, no cabe en el ascensor; y ya mi padre, abnegado escudero para todo, me insta a levantarme, que si no, no cabemos. Y a comer que grita mi madre, que no se lo que haces en la salita como un pánfilo, mira que horas
Y llega la tarde, y llega la noche, y pasan los días, monótonos, sin que ella se presente de repente, desafiando al mundo, y me diga, venga, vamos a recuperar el tiempo perdido, vamos solos tu y yo, que la vida es corta, y no me importan ni mi familia, ni tu familia, ni lo que digan unos, ni lo que digan otros, vamos solos, que la vida es corta y no la hemos disfrutado nada, vamononos, por dios, que no puedo vivir sin ti
Y ya me toca despertar otra vez, y otra vez volver al gimnasio, y otra vez la pizpireta Silvia, y otra vez los abdominales, y el ascensor, y mi madre, y la comida, y ella que no aparece ni aparecerá, y yo que noto que la vida se me va escapando, inasible, como agua deslizándose entre los dedos.